PARTE PRIMERA, EL SERVICIO.
Amanecía un día mas en el cuartel de la Guardia Civil de un pueblo
de Andalucía de cuyo nombre no voy a recordar, cuando el guardia
García con su verde uniforme y sus lustrosas botas salía bajo el
arco sobre el que se advertía el “Todo por la Patria” de rigor,
un lema que la benemérita tiene a gala cumplir a rajatabla.
El guardia García, se encamino con su compañero a realizar su
servicio, como todos los días, hiciera frio, calor, lluvia, por los
medios que fuera, la pareja recorría los caminos, las ventas,
vigilaba el ferrocarril, cualquier tarea que representara el
cumplimiento de la ley y el orden que se pudieran permitir, a pie, a
caballo, en bicicleta, en moto, etc., su cometido seria una
obligación que cumplirían inexorablemente.
Pero García, hoy caminaba apesadumbrado, caminaba serio y pensativo,
su mente estaba en los campos de batalla que años antes tuvo que
recorrer durante la guerra civil, abandonando todo lo que quería,
estaba pensando en su familia, en sus dos hijos, en las penurias que
tuvo que pasar y que aun estaba pasando, ya que el hambre medraba en
los campos de esa España eterna, que no desconocía el dolor de un
estomago vacío, después de una lucha fratricida entre paisanos, el
paisaje de una España en bancarrota, destrozada, se repetía una vez
mas, el lo sabia, porque dentro de su cultura, el leía, cosa que era muy poco común
en aquellos tiempos.
En su mente se agolpaban las imágenes de niño, de cómo a la luz
tenue de un candil, en una corraleta de cerdos, aprendía a leer con
mucha fuerza de voluntad, y la susceptibilidad de los patrones de los
latifundios al ver un bracero leyendo un periódico antes de comenzar
su jornada laboral, la cultura en aquellos años no estaba muy bien
vista en las capas bajas de la sociedad.
Pasaba por su cabeza que ese bidón de aceite que junto a la puerta
del jefe de puesto, que aseguraba al menos a esa familia algo que
echarse a la boca, pero sufría cuando recordaba el rostro de su hijo
que le decía, “papa, tengo hambre”, a la dura tarea de la
recogida de la aceituna, que dejaba entumecidas de frio las manos, a
los duros años de guerra, a la penuria que advertía cerca de él y que tocaba muy cerca a su familia.
Habían pasado horas cuando García y su compañero Fernández desde
que salieron del cuartel mientras que pasaban inexorable el tiempo de
ese servicio tedioso en medio de todos esos pensamientos, cuando se
le escapó un pensamiento en alto, no es normal lo del sargento.
- ¿Que? No me jodas García, estás
loco, mascullo asustado Fernández.
- Si, mi hijo se queja de hambre y el cabrón tiene un bidón de
aceite en la puerta del pabellón.
- Si , pero es el sargento, y no deberías complicarte la vida.
García se volvió hacia el compañero; No voy a tolerar que mi
familia pase hambre mientras que ese chupatintas se pavonea delante
de nosotros, además, el tema de ese aceite no es trigo limpio, lo sé
de buena tinta, nuestra obligación es hacer cumplir la ley, se
colocó en medio de la carretera de forma que su uniforme se viera
ostensiblemente desde la lejanía, donde empezaba a asomar el frente
de un camión y cuando el vehículo estaba a unos pocos metros,
levanto el brazo con la palma de la mano hacia delante con gesto
vetusto gritó: ¡alto a la Guardia Civil!
PARTE SEGUNDA, EL CONDUCTOR.
Cuando se levanto esa mañana Alfredo, se había levantado optimista,
estaba convencido que la fortuna le iba a sonreír y que el viaje de
hoy arañaría unas pesetas más para su familia, ya que los últimos
viajes no habían sido muy generosos, en cuanto a dinero se refería.
Alfredo se dedicaba al transporte, de cualquier tipo de mercancía,
estaban para lo que mandasen, a veces para hacer encargos un poquito
problemáticos en el borde de la legalidad, eran unos tiempos turbios
y todo el mundo hacia lo que podía para sobrevivir.
El estraperlo o contrabando era muy común, era el comercio ilegal de
bienes sometidos a algún tipo de impuesto o tasa por el Estado
actividades irregulares o intrigas de algún tipo, también se usaba
como sinónimo de mercado negro, quien practicaba el estraperlo se le
llamaba «estraperlista».
El origen de esta palabra, fue dado por un escándalo político
ocurrido durante la Segunda República Española, producido como
consecuencia de la introducción de un juego de ruleta eléctrica de
marca Straperlo, nombre derivado de Strauss, Perel y Lowann,
apellidos judíos holandeses de quienes promovieron el negocio, y que
habrían aportado al acrónimo letras en cantidad proporcional a la
participación en la empresa y que causaron la caída de un gobierno.
Aun perseguido y duramente castigado, dada la carestía de la
posguerra, la gente del campo a cambio de dinero o servicios, vendía
productos que en las ciudades eran casi imposibles de conseguir, en
cierto modo España volvió al origen de la economía, al no haber
moneda en curso, o no tener acceso a ella, se volvió a utilizar el
trueque como solución a la dura carestía.
Alfredo era consciente de todo eso, cuando su jefe le mando llevar
ese camión a su destino, tuvo el presentimiento de que algo iba a
salir mal, lo noto en el tono de su voz, eran ya muchos años.
Conducía tranquilo sabiéndose respaldado por su jefe, sobre todo
por que el jefe antes de salir le había dicho que el sargento del
puesto de la guardia civil estaba al tanto de todo por lo que el
viaje se esperaba tranquilo, el camión serpenteaba la carreteras, no
muy frecuentadas por el transporte, al llegar al cambio de rasante,
redujo, el camión pego un pequeño respingo hasta que subió al
final de la cuesta, donde se vería toda la carretera de forma mas
amplia, pero al culminar la cuesta no solo vio la carretera, también
vio a la pareja de la guardia civil que se apostaba en un cruce mas
abajo, uno de ellos levantaba ostensiblemente la mano dando el alto.
Parecía que el tiempo se ralentizaba conforme el camión se acercaba
a los guardias, por encima del motor diésel del camión Alfredo oyó
la ronca voz de guardia que le gritaba ¡Alto a la Guardia Civil!
PARTE TERCERA, LA DETENCIÓN.
El camión quedo parado junto al guardia García que se colocó a la
altura de la ventanilla, el ralenti de su motor diésel hacia vibrar
ligeramente toda la carrocería, mientras que el guardia Fernández
se colocaba a distancia para vigilar cualquier maniobra inesperada,
no era la primera vez que en las carreteras de Andalucía un control
había desembocado en un tiroteo mortal donde los guardias eran las
victimas.
García le pidió que parar el motor y le requirió la documentación
a Alfredo, el conductor, los dos se conocían de verse por el pueblo,
Alfredo estiro la mano y echo mano a la guantera de la que saco una
documentación que dió en mano al guardia.
El guardia García hojeo los documentos con detenimiento entre el
olor a gasoil y el calor que despedía el motor del camión, con los
papeles en la mano García volvió la cabeza muy disgustado, ¿donde
esta la documentación de la carga, que transportas?
- Llevo aceite de Oliva aquí al pueblo de al lado, contesto Alfredo,
que empezaba a tragar saliva disimuladamente para no demostrar
nerviosismo .
- No veo la documentación de la carga pregunto el guardia, ¿no la
llevas?
- No señor guardia, no la llevo, contesto el conductor.
- ¿Y eso por qué, pregunto el guardia García contrariado?
- Voy de parte de Matías el dueño de la Almazara, me ha dicho que
el ya ha hablado con el Sargento y que usted no me iba a poner
impedimento.
Al guardia García se le empezó a hervir la sangre, por su mente
empezaron a aparecer imágenes intentando prever los siguientes pasos
que iba a tomar a partir de ese momento y los repercusiones a las que
tendría que enfrentarse.
- Osea que el Sargento lo sabe, comento García mientras devolvía
los papeles al conductor.
- Ante la sorprendida mirada de Fernández, García le espetó al
conductor: queda usted detenido y la carga decomisada, llévanos
ahora mismo al cuartelillo.
Los dos guardias se subieron al camión que arrancó y dio la vuelta
para volver al pueblo retomando el serpenteante camino entre viñas y
olivos bajo el pesado sol andaluz.
Una vez llegado al cuartel, García comenzó a redactar un
pormenorizado atestado sentado frente una vieja maquina de escribir,
con sus inexistentes conocimientos de mecanografiá pero con una
afilada redacción intentó por todos los medios que no hubiera
escapatoria para los culpables del delito, entre tanto Fernández,
fichó y puso al detenido en los calabozos.
En ese momento se oyó una voz, ¡atención, el sargento!, el
sargento entró en tromba en la oficina con un ostensible y patente
enfado, los guardias presentes se levantaron como un resorte
poniéndose firmes, mientras el sargento se puso junto al guardia
García que miraba con cara marcial al frente sin pestañear.
- El sargento le grito al oído: ¿Que ha pasado García?
- Nada mi sargento, hemos detenido a un contrabandista de aceite, le
contestó con marcialidad.
- Que sepa García, que esta usted solo en esto, ¿lo comprende?
- Si mi sargento, le contesto con enérgica marcialidad
El sargento se volvió sin dejar de mirar de reojo y con fiereza a
García hasta que salio por la puerta de la oficina, se le veía
claramente contrariado al pasar junto a los guardias que se cuadraban
dando el saludo militar a su paso.
García se volvió a sentar frente a la maquina de escribir, en su
mente solo tenia una cosa, realizar el mejor atestado, que no hubiera
escapatoria para los delincuentes, ni para sus cómplices, sabia que
se iba a complicar la vida, pero el haría su mejor trabajo, por eso él estaba ahí, sus dedos marcaron con energía las teclas de la
maquina, como si en cada pulsación le fuera la vida.
Pasaron meses o quizá un año tras esta detención, cuando una
mañana se preparaba para salir de servicio, tras despedirse de su
familia, se encontró con un bidón de aceite junto a la puerta de su
pabellón al salir al pasillo, pero no solo en su pabellón, también
en el resto de los pabellones de sus compañeros había un bidón de
aceite, sabia que su trabajo no había sido en vano, una sensación
agridulce que sabia tendría consecuencias.
EPILOGO
El guardia García se ganó el respeto de sus compañeros, pero a
partir de aquel servicio, en una España empobrecida que sobrevivió
del hambre durante mucho tiempo con el estraperlo, tuvo los peores
servicios, los mas comprometidos, cambios de destino que le llevaron
a él y a su familia a recorrer medio país, se le envió a la
persecución de bandoleros durante los inviernos mas duros, donde se
le congelaron las piernas lo que le produjo una enfermedad de la
sangre que al final de su vida se complicaría llevándole a la
muerte, años mas tarde, anciano y enfermo, jubilado, desahuciado por
los médicos, seguía sentándose frente a una vieja maquina de
escribir que poseía, para contar historias como estas a su nieto al
que sonreía con ternura cuando él le agarraba el dedo y que
seguramente leería cuando fuera mayor.
PD:
La historia que he escrito es real, solo se han cambiado los nombres de los lugares y los nombres
de los protagonistas con la intención de proteger la identidad de sus verdaderos
protagonistas y de sus descendientes.